En este número de la revista, en la sección Vivencias, publicamos un artículo enviado por Pedro Agapito Sánchez, que habla de su traumática experiencia con los médicos. Mientras lo leía, me ha hecho reflexionar sobre algunos de los aspectos de la relacion entre médico y paciente, y muy especialmente cuando el paciente sufre de una enfermedad poco conocida. No es este el lugar, ni nosotros somos las personas apropiadas, para juzgar las aptitudes del neurocirujano. Los hechos que Pedro nos cuenta se podría prestar a muchas interpretaciones.
Lo que para mí emana de la historia, es la actitud paternalista que demuestra el doctor V. Paternalismo con el que se intenta (aparentemente) procurar lo mejor para el paciente, pero que parte del supuesto que él y solo él (el médico) es capaz, en función de sus conocimientos, de tomar las decisiones apropiadas. Para "proteger" a los enfermos y a sus allegados, se puede llegar a ocultar información, a dejar cosas por contar.
Debemos pensar que es duro para cualquier persona que tiene ante sí un caso grave, tener que informar al paciente de cuales son sus expectativas. Y mucho más duro reconocer que ciertamente se desconoce lo que pueda ocurrir. Para la mayoría de gente, el médico representa un poder casi mágico. Ellos lo saben, y para algunos (son seres humanos) es muy doloroso sentir que se pierde parte del poder. Se necesita una gran preparación humanística para desenvolverse en este terreno, y hasta ahora la ciencia médica no la contemplaba.
Es el paciente quien tendrá que tumbarse en la mesa de operaciones. Es él el que sufrirá de las ventajas o desventajas del tratamiento al que se le someta. Él es el único dueño de su cuerpo. Por tanto las decisiones le corresponden. Pero para ello se necesita información, y ahí es donde volvemos a tropezar con el paternalismo, el paciente se suele ver tratado como un niño que no es capaz de comprender.
No pretendo generalizar esta actitud en los médicos. Precisamente, para mí, fue una experiencia grata (dentro del dramatismo que comportaba la situación) cuando el doctor Arumí, un reconocido oftalmólogo de Barcelona con experiencia en la Nf, después de un exhaustivo examen, y refiriéndose al caso de mi mujer Anna María, dijo: "Sinceramente, no sé que es lo que le ocurre". Lo dijo con franqueza, sin temor al ridículo. Para mí, a pesar de las implicaciones que esto tenía, me sentí bien valorado, que no se nos ocultaba nada, que él era una persona que nos estaba tratando como adultos, y un gran médico que realmente sabía de lo que estaba hablando. El hombre sabio es el que sabe que no sabe.